Lanzamos este cuarto número de Artescena con la revista ya indexada en Látindex catálogo. Hemos celebrado. Hemos agradecido a nuestros colaboradores: articulistas, revisores, editores, diseñadores, etc. Nos hemos enorgullecido del trabajo hecho.
A pesar de ello, pasada la fiesta, la situación invita a la reflexión. Sabemos que es larga la discusión sobre criterios de indexación, calidad científica de los artículos y, también, el mercado de la investigación académica mundial.
Sin duda no es casual que ninguna revista de artes escénicas en habla hispana tenga una indexación mayor a Látindex. Exigencias que tienen que ver con el origen de los artículos (si son resultado de proyectos de investigación adjudicados o reflexiones individuales de sus redactores), modos de citación, pertenencia institucional del autor, no dejan de tensionar este mundo al que hemos decidido sumarnos y que no se ajusta fácilmente a los procesos de investigación de obra y reflexión artística.
El tema nos ha invitado, como equipo editorial, a revisar lo que significa la producción de conocimiento en disciplinas que pueden, también, abordarse desde otros paradigmas. No es irrelevante que la relación arte-academia haya sido motivo de discusión durante siglos, pues así como hay aspectos posibles de ser enseñados, hay también en el arte una condición que se resiste a la transmisión pedagógico-racional, que no puede ser inculcada, sino sólo experimentada.
En esta brecha se inscribe nuestra revista, pretendiendo ser un lugar de acogida para la variedad de miradas disciplinares. Un espacio de consideración y, por qué no, de amparo de los saberes particulares que las artes escénicas convocan. Aspiramos a convertirnos en un enclave en el cual se produzca reflexión y difusión del conocimiento, pero que no responda a un simple disciplinamiento intelectual, sino que amplíe la perspectiva de lo que entendemos por investigación artística hoy en día.
Este número es reflejo de lo recién declarado.
El primer artículo, de Patricio Rodríguez Plaza, aborda el circo tradicional desde una perspectiva estética, poniendo en valor el cuerpo y los materiales a través de los cuales se construye su carácter de arte escénico.
El segundo, de Juan Pablo Amaya, indaga en cómo se representa la figura de Juana de Arco en dos Puestas en Escena contemporáneas, utilizando el personaje histórico como un instrumento de revisión de los valores propuestos por la modernidad
El tercer texto, de Iván Inzunza, plantea una perspectiva del tiempo (y su uso) en el teatro, que alude a un espacio de ocio y resistencia frente al tiempo de la productividad promovida por los medios y la sobremodernidad.
El cuarto artículo, de Alejandro Banda, analiza el texto dramático El abismo de los pájaros, demostrando que los conflictos sobre identidad cultural, pertenencia y colonización generados por la modernidad perviven al día de hoy, generando una relación de subordinación respecto a la otredad materializada, en este caso, a través de la etnia Kawésqar.
Finalmente, el texto de Jesús Codina Oria propone cómo se vuelve evanescente la discusión respecto de lo feo y lo bello en el arte, cuando éste toma el espacio público y se confunde performáticamente con aquello que entendemos como lo real.
Como siempre, utilizando el espacio de comunicación que esta publicación nos otorga, reseñamos el libro Espérame en el cielo, corazón. El melodrama en la escena chilena de los siglos XX-XXI, de Soledad Figueroa y Javiera Larraín.
Publicamos la obra dramática regional La Pequeña Ficción Política, de Eduardo Silva León, tras varias temporadas de funciones del colectivo Teatro Del Ocaso
Por último, realizamos un análisis crítico de estreno de El Sauce, obra de teatro local, y cerramos con una entrevista a Eduardo Silva León, con la intención de develar los procesos poéticos de uno de nuestros incipientes creadores
Gracias, de nuevo, por la confianza depositada y comenzamos desde ya a preparar nuestro próximo número.